Resiste la vigilancia en línea

El siglo XXI ha estado profundamente marcado por la infraestructura silenciosa de la economía de la vigilancia, que barre hasta la última migaja de datos que nuestra vida diaria deja atrás. Estos puntos de datos se recopilan y ensamblan para crear perfiles individuales de nosotros. Perfiles que pueden alquilarse a anunciantes hambrientos de nuestra atención, compartirse con gobiernos con fines de investigación y venderse a intermediarios de datos turbios.

Nuestros productos y servicios digitales han dejado de funcionar para nosotros. En cambio, sin darnos cuenta, estamos trabajando para ellos. Estamos clasificados, calificados, perfilados, programados para actuar de manera alguna que de otro modo no lo haríamos.

Olvídate de no tener nada que ocultar. La actividad en Internet de todo ser humano se ha convertido en un bien de moda. Nuestros datos se están transformando en una industria que vale más que el petróleo. Y está siendo utilizado en nuestra contra. Para captar nuestra atención, nuestro dinero y nuestros votos. Para predecir lo que haremos a continuación e influir en nuestro comportamiento.

Si la información es poder y hemos perdido el control de nuestra información, ¿qué nos queda?


Internet alguna vez pareció un horizonte infinito de posibilidades. Un lugar para la conexión, la casualidad, la experimentación. Un espacio sin fines de lucro.

La Internet actual tiene un aspecto muy diferente, ha sido capturada por las fuerzas del mercado de la economía de la vigilancia, cuyo combustible es cada detalle de nuestra vida personal. Aunque las empresas afirman que el propósito de la recopilación de datos es mejorar sus servicios, lo descartamos como un compromiso por conveniencia y esperamos que la ley se encargue de ello.

Sin embargo, los gobiernos de todo el mundo han tardado en regular. Y muchos han implementado sus propios programas de vigilancia masiva en nombre de la seguridad nacional, escuchando comunicaciones, obligando a las empresas a abrir sus reservas de datos, automatizando procesos policiales y judiciales, implementando sistemas de crédito social y desplegando programas de reconocimiento facial. En el proceso, han convertido a ciudadanos respetuosos de la ley en sospechosos sin motivo.

La pérdida de control sobre nuestros datos ha sido una pendiente resbaladiza de declive. Gran parte de esto ha sucedido sin nuestro conocimiento o consentimiento, pero se ha convertido en nuestro problema, tanto individual como colectivamente.

Lo que estamos perdiendo es nada menos que nuestra autonomía individual. Las sociedades democráticas abiertas requieren un debate vigoroso y el libre intercambio de ideas. La vigilancia constante nos priva de la capacidad de revelarnos selectivamente al mundo. Nos empuja hacia el conformismo en lugar de respetar la individualidad y la diferencia. Saber que nuestras palabras y acciones se registran permanentemente nos hace menos propensos a pensar críticamente, defender lo que creemos, experimentar con nuevas ideas y prosperar como seres humanos.

Quizás todavía no hayamos sido atacados, pirateados o discriminados personalmente. Pero en este clima volátil, donde todo puede cambiar con solo hacer clic en un botón de actualización, los derechos que tenemos hoy no son un hecho. Y cuanto más los damos por sentado, más daña a los miles de millones de personas en todo el mundo que ya son vulnerables: minorías y comunidades marginadas, periodistas, activistas, abogados, disidentes, ciudadanos de regímenes autoritarios, defensores de la democracia.


No podemos optar por excluirnos de la sociedad de vigilancia global a la que estamos sujetos. Pero tampoco se solucionará solo.

Lo que podemos hacer es reclamar nuestro voluntad. Dotarnos de herramientas digitales que nos permitan recuperar cierto grado de control. Compartir estrategias, correr la voz y adoptar una postura. Hacer saber a los gobiernos y las empresas de tecnología que la privacidad no es un sacrificio inevitable por el progreso, no es una sacrificio por la seguridad nacional, no es un valor del siglo pasado, y ciertamente no está muerta.

En todo el mundo, un creciente movimiento de individuos y organizaciones se está uniendo para contrarrestar el status quo, para hacer valer sus derechos y defender a quienes no pueden, para resistir la implacable economía de datos, hacer responsables a quienes abusan de su poder y seguir luchando: por una Internet centrada en las personas, por el florecimiento de la democracia y por un futuro libre de vigilancia.

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